Érase una vez un hombre anclado a una isla y a su naturaleza que llevaba dentro la fuerza de un volcán: César Manrique. Ni su persona ni su obra se puede entender sin Lanzarote, a la vez que la isla no puede hacerlo sin Manrique.
Durante todo el 2019 se celebra el centenario de su nacimiento con la evidencia de que tras 27 años de su muerte, su voz sigue hablándole a la isla y recordándole al mundo la importancia de mantener a salvo el planeta.
Definir a Manrique supone una labor compleja por la infinitud de aristas que conforman su efigie. Creador polifacético, vitalista, de espíritu hedonista, pasional, extrovertido y hábil en el manejo de la palabra. Amante de la naturaleza, defensor a ultranza de la libertad y fiel a una actitud combativa, lo que le llevó a ser una figura clave del movimiento ecologista en España.
Lo dejó todo y se fue a Nueva York de donde regresó siendo un artista. Palabras como estas explican muy bien el porqué de su vuelta: "(...) más que nunca siento verdadera nostalgia por lo verdadero de las cosas. Por la pureza de las gentes. Por la desnudez de mi paisaje y por mis amigos (...) Mi última conclusión es que el hombre en Nueva York es como una rata. El hombre no fue creado para esta artificialidad. Hay una imperiosa necesidad de volver a la tierra. Palparla, olerla. Esto es lo que siento."
Aquí empezó su campaña de sensibilación para que los isleños valorasen y respetasen el estilo tradicional arquitectónico de su tierra. Para ello no dudó en explicar a sus vecinos que no debían derribar las casas o una parte de ellas en mal estado para construir un garaje o una ampliación, empleando aluminio en vez de madera. Igualmente convenció al Gobierno de la Isla para que erradicaran el uso de las vallas publicitarias del paisaje y de las carreteras.
Su primera obra fue la gruta de los Jameos del Agua, quizás la más espectacular, con su famoso y espectacular auditorio natural. La segunda fue su propia casa, luego el Mirador del Río donde logró una armonía perfecta entre espacios y volúmenes, también realizó una vivienda de estilo típicamente lanzaroteño que sirviera de modelo y ejemplo, la Casa del Campesino.
Su deseo de vivir con la lava lo realizó en su propia casa en el Taro de Tahiche. Una belleza única y un ejemplo de integración de una vivienda en la naturaleza, constituyendo un oasis en medio de un río de lava azul-negra petrificada.
Celebramos tus 100 años, Manrique revolucionario, adalid de la naturaleza, artista del medio ambiente, visionario de lo sostenible.