Nos hemos desconectado tanto de los alimentos que comemos, que la mayoría de la gente apenas conoce las plantas de las que proceden. La sabiduría de la tierra que atesoran los agricultores tradicionales se ha perdido y debemos asumirlo sin resignarnos.
XX aún tenemos posibilidades de hacer permeables nuestras ciudades y casas al campo. ¿Es posible en pleno siglo XXI reincorporar en nuestra cultura personal la realidad del origen de los alimentos? En una época aséptica y desnaturalizada, ¿es posible sacar de la tierra lo que llevas al plato? ¿Existe una belleza en las plantas que se cultivan más allá de demostración utilitaria de servir de comida?
Los huertos urbanos, ya sea en viviendas privadas o en espacios comunes, son la puerta que se abre a un pasado y un entorno cada vez más olvidado y una alternativa realmente ecológica contra los males de la agricultura moderna. Con un balcón basta para comenzar.
El lento regreso a la naturaleza
Tener un huerto en casa ha sido, hasta hace no tanto, un sinónimo de bienestar cuando no directamente de supervivencia. La autosuficiencia alimentaria es el principal pilar de la sostenibilidad social de cualquier pueblo. Si buscamos el origen del huerto urbano como tal, nos remontamos a la segunda guerra mundial como decisión de emergencia para garantizar el suministro de alimentos a la población sin depender de transportes ni de importaciones de otros países. En EE. UU. se habilitaron todos los jardines para el cultivo y se instalaron grandes “jardineras” donde poder plantar vegetales alimentarios que llegaron a aportar casi la mitad del total de alimentos consumidos durante la contienda. Aunque en aquellos tiempos no se les llamaba huertos urbanos, sino “huertos de la victoria”.
Desde mesas para cultivar tomates, pimientos o coles a estanterías que permiten la obtención de lechugas para toda la familia, pasando por plantillas que ordenan el cultivo de manera compacta y que incluyen sistemas de riego y soportes para plantas verticales para facilitar el cultivo. O sistemas prefabricados de varias alturas para una producción intensiva, ecológica y sencilla de hasta seis toneladas de verduras en menos de 90 metros cuadrados de planta por temporada.
Están apareciendo una variedad de productos cada vez mayor, que acercan a todos los públicos el milenario arte del cultivo de la tierra. Desde un pequeño balcón a una extensión más grande como una terraza es posible encontrar una solución que facilite el proceso. Con diseño lo hacemos fácil y accesible, pero además es la opción más saludable ya que en pequeños huertos, a diferencia de las grandes extensiones de tierra, las necesidades de pesticidas son casi nulas.
Y no olvidemos el factor decorativo de las plantas comestibles. ¿Te imaginas que los jardines fueran productivos? No sería tan extraño si pensamos que el tomate o el calabacín, en un origen, eran plantas ornamentales hasta que con el tiempo acabaron siendo explotadas como alimentos y apartadas de la vista de todos.
Contra el cambio climático
Cultivar en las ciudades puede reducir la huella de carbono más que dejar de utilizar el coche o limitar el consumo de electricidad en el hogar. En primer lugar, porque al acercar la producción de alimentos a su lugar de consumo se evitan las larguísimas distancias que recorren la mayoría de los vegetales antes de llegar a la tienda y a nuestras casas.
Por otro lado, los huertos pueden actuar como sumideros para los residuos orgánicos domésticos, los mayores emisores de CO2 de la bolsa de basura. El compostaje in situ de la fracción orgánica de los residuos es asimilado por la tierra como abono natural que reduce residuos y, a la vez, evita el consumo de químicos.
En este sentido, los restos no aprovechables de las plantas también podrían reintroducirse en el ciclo biológico de la manera más ecológica. Y si contabilizamos la riqueza cultural y el impacto indirecto positivo que implica que los ciudadanos estemos cerca del nacimiento y maduración de lo que comemos, el beneficio podría ser incalculable.
Tan beneficioso como el yoga
Para la obtención de alimentos ecológicos y km 0, para la regeneración de suelos, para el aprovechamiento y aislamiento de cubiertas, con fines educativos, como jardín o simplemente como ocio, los huertos urbanos son un objeto de deseo para toda ciudad sostenible que se precie.
El campo es duro, eso es indudable, pero cultivar lo que comes es un placer al que pocos querrán renunciar una vez lo hayan probado. Si bien para aliviar las pesadas cargas de los agricultores tradicionales se añadieron máquinas y químicos al campo haciendo que la agroalimentaria sea una de las actividades más nocivas para el medio y para la salud, el autocultivo es la alternativa ecológica en la actualidad.
Y saludable, no solo por estar libre de pesticidas. Para los agricultores urbanos, la atención del huerto reporta beneficios similares al yoga con una mezcla de ejercicio y meditación junto a una conexión pura e íntima con los sistemas de crecimiento naturales y la complejidad de la vida.
Factor de sostenibilidad
Se habla mucho del autoconsumo energético, pero no tanto del alimentario como estrategia hacia la sostenibilidad de nuestra sociedad. Producir los propios alimentos de manera integrada en la ciudad implica cambios arquitectónicos y logísticos muy interesantes, en los que centros de investigación como el ICTA de la Universidad Autónoma de Barcelona son pioneros. En su edificio puede atisbarse un futuro en el que las azoteas de los edificios se convertirán en centros de producción alimentaria para las personas que los utilizan.
El concepto es muy simple: si para construir el edificio hemos dejado sin productividad X metros cuadrados de suelo, en la cubierta esos metros vuelven a estar disponibles. Eso, junto a las técnicas de cultivo hidropónico que hacen viable “agriculturizar” las terrazas para que no sean meros albergues de antenas y puedan convertirse en las despensas más ecológicas de nuestras casas.