En 1956, Alison y Peter Smithson realizaron para el periódico Daily Mail el primer “viaje” imaginario a la que sería la casa del año 2000. Sesenta años más tarde, la mayoría de aquellas previsiones han fallado en mayor o menor medida: ni viajamos en coches voladores ni convivimos con robots humanoides a nuestro servicio. La realidad es mucho más prosaica, pero también más sorprendente. Aquellas utopías también se quedaron cortas: nadie fue capaz de anticiparse a la infinita miniaturización de la tecnología o las posibilidades de Internet. Conceptos como la autosuficiencia energética y la integración de los ecosistemas naturales en la ciudad nutren la mayoría de proyecciones futuristas, y probablemente tengan mucha razón.
Hacer cábalas sobre cómo viviremos en el futuro ha sido una necesidad humana desde que el mundo se diseña. Si en los años sesenta las ideas se enfocaban hacia el potencial de la tecnología para hacernos la vida más fácil, hoy en día la sostenibilidad es el mayor reto. Cada escuela plantea sus propias soluciones, pero todos coinciden en cuatro líneas clave: reducción de las emisiones de CO2 en la construcción y el uso de la vivienda, protección de la biodiversidad con la integración de microecosistemas en la propia arquitectura, mejora de la calidad de vida con la eliminación de compuestos tóxicos, radiaciones y magnetismo, y gestión de los recursos naturales y los residuos con un aprovechamiento de la luz del sol, el agua de la lluvia y la geotermia. Estos son los ingredientes con los que arquitectos, diseñadores y científicos “cocinan” sus recetas del mañana.
En 2009 The Wall Street Journal publicó de la mano del visionario William McDonough un extenso reportaje sobre cómo sería la casa sostenible del futuro. El arquitecto norteamericano creador del modelo Cradle to Cradle proponía una vivienda biomimética y simbiótica con la Naturaleza. Una de las claves más sorprendentes que daba McDonough es “el gran avance estético de los captadores fotovoltaicos en los próximos años, que dejarán de ser feos y desagradables” convirtiéndose en atractivos para arquitectos y propietarios. Y no solo pronosticaba la autosuficiencia, sino que iba más allá al afirmar que “la casa del futuro acumulará beneficios ambientales en el tiempo. Cuando la vida útil de la casa se termine, sus materiales se convertirán en nutrientes para la industria o la biosfera”.
Desde el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la UAB, Joan Rieradevall, pionero en la introducción del ecodiseño en nuestro país, afirma que la vivienda como tradicional generadora de impactos habrá desaparecido gracias a “un nuevo diseño adaptado a su entorno natural y en red con su entorno artificial. Las casas en el futuro serán autosuficientes gracias al aprovechamiento de los recursos locales como el agua y la energía del sol y a la producción de alimentos integrada”. Gracias a la obtención in situ de los recursos, Rieradevall pronostica “la consecuente minimización de infraestructuras eléctricas, de canalización y la disminución del transporte” lo cual supone una mejora ambiental en cascada.
Un futuro sostenible requiere formar nuevos profesionales. El mundo universitario ya pone en práctica una nueva visión académica en la que, según Javier Peña, director de la Escuela de Diseño e Ingeniería ELISAVA de Barcelona, se promueva “un empoderamiento de los nuevos materiales y tecnologías por parte de los estudiantes. Nuevas herramientas que resuelvan de manera eficaz las necesidades generadas en un entorno contexto-persona”. En esta revolución, Peña afirma que “el elemento fundamental de la vida, el carbono, será la clave para lograr las propiedades inimaginables hoy en día por la industria, pero que sin embargo los estudiantes ya experimentan en su currículo académico. Investigando, por ejemplo, las posibilidades del grafeno, una forma de carbono con la que muy pronto comenzaremos a familiarizarnos.
Cuando hablamos de sostenibilidad futura, inevitablemente nos invade una sensación de utopía casi inalcanzabe, de entrar en un terreno reservado a la ficción. En cambio, cabe remarcar, y en esto también coinciden la mayoría de expertos, el gran avance que se ha hecho en los últimos años. Es muy cierto que se hacen imprescindibles medidas más contundentes y que aún nos espera un largo camino por delante, pero avanzamos. Estamos mucho mejor en términos de gestión de residuos y de eficiencia energética que hace unos años. Se han limitado sustancias tóxicas como el plomo, el cromo o el amianto; hay una mayor conciencia por parte de los ciudadanos, y las empresas han entendido que la sostenibilidad además de imprescindible puede ser rentable. El ser humano siempre ha sido capaz de reinventarse, y así lo hará para poder salir de la grave crisis ecológica en la que vivimos, con más y mejor diseño.