Muchos caen en el error de asociar maximalismo con saturación sin sentido. Y no, estos dos conceptos no son sinónimos. Un hogar maximalista no es un museo desordenado ni un collage sin sentido, sino un espacio lleno de personalidad donde cada elemento tiene su lugar y, además, esconde una historia detrás. La clave está en seleccionar piezas con presencia, combinarlas con criterio y darles el espacio correcto para brillar sin caer en el exceso visual.
Si quieres abrazar este estilo sin que tu casa parezca una feria de antigüedades (que ojo, ni tan mal), hay ciertos elementos que juegan un papel esencial. No se trata de llenar por llenar, sino de elegir con astucia. Aquí te presentamos las piezas clave para un maximalismo bien entendido.
1. Un espejo de gran formato con marco ornamentado
Los espejos de los que hablamos tienen la capacidad de aportar un toque dramático sin esfuerzo. Además, son una herramienta infalible para jugar con la luz natural, reflejando diferentes puntos del espacio y creando una sensación de profundidad que ayuda a mantener el equilibrio visual en ambientes cargados de elementos.
Un espejo de gran tamaño, con un marco ornamentado que grite historia y personalidad, se convierte en un ancla visual que cohesiona la decoración. Puedes colocarlo estratégicamente en el salón para ampliar la perspectiva o en un recibidor para que se convierta en toda una declaración de intenciones al entrar en casa.
2. Una alfombra persa o vintage con carácter
Las alfombras son esenciales en cualquier espacio maximalista, pero no vale cualquiera. Apostar por una pieza con historia, ya sea una alfombra persa llena de detalles o un modelo vintage con patrones únicos, añade profundidad visual sin saturar. Este tipo de alfombras no solo definen la zona, sino que aportan textura, calidez y un punto de contraste que equilibra la abundancia de muebles y accesorios.
En un salón maximalista, una alfombra bien elegida sirve como telón de fondo para la mezcla de estilos, ayudando a cohesionar los distintos elementos sin que pierdan su individualidad. La clave está en los colores: elige tonos que dialoguen con el resto del espacio, pero que aporten un toque inesperado.
3. Una lámpara escultural que robe miradas
Nada dice maximalismo mejor que una lámpara con carácter. Desde un chandelier de cristal con aire retro hasta una lámpara de pie con formas escultóricas en metal y vidrio, esta pieza es clave para añadir dramatismo sin recurrir al desorden. Un ejemplo clásico que nunca falla es la lámpara de cerámica de Manises, con su intrincado diseño de hojas, flores y volutas en colores vibrantes o en blanco monocromático. Estas piezas, hechas a mano en Valencia, añaden un punto artesanal con una dosis justa de ostentación.
4. Una estantería de diseño abierta con objetos curados
El maximalismo bien hecho implica mostrar, no esconder. Una estantería de diseño abierta es la oportunidad perfecta para exhibir libros, cerámicas, esculturas y recuerdos de viajes de manera ordenada, pero que no lo parezca. La disposición de los objetos es clave para evitar el caos visual: combina piezas de distintos tamaños y formas, alternando objetos altos con bajos y dejando espacios vacíos estratégicos que permitan a cada elemento respirar.
5. Un sofá tapizado en terciopelo de color intenso
El sofá es el protagonista silencioso del salón y, en un hogar maximalista, debe ser una pieza con presencia. Un modelo tapizado en terciopelo en colores como verde esmeralda, azul noche o burdeos aporta ese punto maximalista que tienes en la cabeza sin necesidad de añadir demasiados accesorios. Un gran ejemplo es el sofá Chesterfield en terciopelo, una pieza atemporal con su característico capitoné y brazos curvados, que encaja perfectamente en un ambiente maximalista sin desentonar.
6. Una galería de arte ecléctica en las paredes
Las paredes maximalistas no pueden estar vacías. Son un lienzo en blanco que permite explorar la personalidad de los ocupantes de la casa. Una galería de arte bien curada, con una mezcla de ilustraciones contemporáneas, grabados clásicos y fotografías en blanco y negro, crea un diálogo visual enriquecedor. La composición es clave: agrupar obras en distintos formatos, jugar con marcos de diferentes estilos y apostar por una distribución asimétrica añade dinamismo sin saturar. La pared de la galería no tiene por qué estar limitada al salón; pasillos, dormitorios e incluso cocinas pueden beneficiarse de esta explosión visual controlada.
7. Una mesa de centro con personalidad propia
Olvídate de las mesas de centro minimalistas. Un modelo vintage en madera tallada, una pieza de mármol con formas orgánicas o incluso una mesa tipo baúl antigua pueden convertirse en el centro de atención del salón. La icónica mesa Noguchi, con su diseño escultórico en madera y vidrio, es una opción perfecta para quienes buscan añadir dinamismo sin perder ligereza visual.
8. Cojines y mantas con estampados llamativos
Los textiles juegan un papel crucial en el maximalismo. Cojines con bordados intrincados, mantas con motivos étnicos o textiles con texturas como el lino y la lana gruesa aportan capas y dinamismo. Un buen ejemplo es la colección de cojines Missoni Home, con sus característicos patrones en zigzag y una paleta cromática vibrante que suma sin saturar.
9. Una pieza de cerámica artesanal de gran tamaño
Una vasija de gran tamaño con acabados artesanales, ya sea en tonos neutros o en colores fuertes, puede convertirse en un punto focal. Un clásico es la cerámica Talavera mexicana, con su explosión de color y detalles minuciosos, que se integra perfectamente en cualquier espacio maximalista.
10. Una consola antigua
Una consola es un comodín perfecto en cualquier espacio maximalista. Ya sea una pieza antigua restaurada con detalles dorados o un diseño contemporáneo con formas geométricas, es ideal para apoyar elementos decorativos sin saturar. Al combinarla con una lámpara llamativa, libros de arte y algún objeto inesperado, se consigue un punto que acaparará todas las miradas.
Recuerda: adoptar el maximalismo no significa rendirse al caos decorativo, sino elegir piezas que cuenten una historia y aporten valor al conjunto. La clave está en saber cuándo parar.