El escritorio de Albert Einstein y el de Mark Twain eran un auténtico caos. Objetos por todos los lados y papeles revueltos. Ser desordenado no te convierte automáticamente en un genio, igual que ser excesivamente ordenado tampoco te hace mejor persona. Vivir saturados de objetos representa vivir saturados de ideas y de proyectos sin resolver; el desorden manda un mensaje de confusión interna. No es necesario que tengamos nuestros espacios como los chorros del oro. De hecho, preocuparnos demasiado por el desorden nos resta energía para otras cosas. Lo más importante es habitar espacios agradables y fáciles de manejar; lo contrario a la alegría no es la tristeza, sino el caos acumulativo, responsable del mess stress (el estrés del lío).
En cuestiones artísticas, siempre surge la duda de si ordenar los libros, los vinilos o las fotos de una forma creativa o más cartesiana. Parece que, al tratarse de material sensible, requiera un orden más aleatorio o más personalizado: ordenar los libros según los hemos ido leyendo, las fotos según han quedado la última vez que las miramos, etcétera. El desorden implica una libertad respecto a un patrón establecido y esto va de la mano de la creatividad. Pero puede llegar un punto en que el barullo sea tal que impida la dinámica creativa y limite cualquier avance. Lo que resulta molesto es trabajar en medio del desorden del otro; en eso parece que estamos todos de acuerdo. En Japón existen al menos treinta asociaciones profesionales de organizadores y aquí, poco a poco, también se está implantando la figura del organizador profesional. Al final, todo es poco para lograr vivir en armonía con el entorno del día a día.
Hay dos órdenes: el geométrico y el vital. El primero se rige por unas leyes matemáticas, mientras que el segundo atiende a razones mucho más subjetivas. Lo ideal sería encontrar una armonía entre ambos, aunque no siempre es posible. Recuperamos una entrevista de 2018 al chef Diego Guerrero, donde nos cuenta cómo se la apaña para mantener el orden en su disciplina, especialmente en un restaurante donde la cocina es abierta —una de las tendencias más potentes hoy en día—.
DIEGO GUERRERO SOBRE EL ORDEN EN LA COCINA
El orden natural tiene una definición compleja, pero es más simple de lo que parece: es la forma en que todo se va haciendo, a sabiendas de que nada se hace al azar, y que todo tiene un lugar. La misma naturaleza de un espacio, el continente, nos da pistas sobre cuál debe ser el contenido a fin de crear un conjunto más redondo. La textura de las paredes o de los suelos, por ejemplo, nos puede ayudar a decantarnos por una decoración u otra.
Para lograr el tan codiciado efecto de limpieza visual, los cajones se pueden convertir en nuestros mejores amigos. En la cocina, las subdivisiones y las bandejas interiores nos pueden resultar muy útiles.
En DSTAgE –el restaurante con dos estrellas Michelin que regenta en Madrid– tenemos la cocina vista al público, por lo que tiene que haber un orden muy escrupuloso. Se nos ve todo el rato: los defectos y las virtudes. Y si hay algún error, lo tenemos que resolver con naturalidad. Tenemos que ser un atractivo para el cliente, no un estrés. La verdad es que tener la cocina a la vista nos ha hecho mejores, porque nos ha obligado a ser más disciplinados, no tan brutos ni tan gritones.
De todos mis maestros he aprendido a tener las cosas perfectas, muy limpias, muy ordenadas... Del que más aprendí sobre la disciplina y el orden en una cocina es de Martín Berasategui. Es muy ordenado. Es un ejemplo de pulcritud. La falta de espacio puede ser una virtud o un defecto. Siempre se trata de destacar la virtud. Cuando tú no tienes un espacio demasiado grande, estás obligado a ser más resolutivo con las soluciones, más creativo. Tienes que conseguir tener una cocina más funcional en un espacio más reducido. Por el contrario, si tienes mucho espacio, crees que todo cabe y acabas siendo menos ordenado. Mi reflexión es que te adaptas. Sin un cuchillo no vamos a cocinar; sin una espumadera, tampoco, y sin una cazuela tampoco. Pero si no tienes una sorbetera porque no te cabe, pues tampoco pasa nada. La cocina, además, la define mucho el entorno: si estás en la playa, en la montaña, en la ciudad... Todos estos parámetros influyen muchísimo.