Fue en la década de los años 80 cuando las camas de agua alcanzaron su gran pico de popularidad. Los datos dicen que 1 de cada 5 estadounidenses tenía una, e incluso tenían trama en las películas más taquilleras. Al llegar la década de 1990, la euforia por las camas de agua había disminuido notablemente. ¿Por qué?
Como su nombre indica, estas camas estaban –o mejor dicho están– compuestas por un colchón de agua. Gracias a un sistema de calefacción, se mantenían (o mantienen) a una temperatura confortable. La temperatura se controla a través de un termostato y se ajusta a las preferencias personales, normalmente a la temperatura media de la piel, 30 °C (una esterilla eléctrica típica consume 150-400 vatios).
Había el componente del glamour, obviamente, pero las camas de agua también triunfaron por temas de bienestar. Se dice que el agua, como soporte, es el mejor sistema de descanso, ideal para la musculación y para la correcta postura de la espalda. Toda la superficie del cuerpo en agua evita la presión totalmente, a diferencia de las espumas o los muelles que comprimen.
A esto hay que añadir que el agua se amolda perfectamente a la forma del cuerpo y, al esfumarse la resistencia del colchón, se favorece la circulación sanguínea. Por tanto, es un tipo de cama ideal para las personas que sufren alergias, puesto que la existencia de ácaros y bacterias es nula.

Litros de diseño clásico y sofisticación moderna.
Cortesía de Beliani
A 4 de cada 5 estadounidenses se les pinchó el globo de la cama de agua con el tema del mantenimiento, y es que estos colchones requieren una conservación regular que incluye controlar el nivel de agua o añadir agentes para evitar la formación de bacterias. Es muy fácil dañarlo o reducir su utilidad y no todos están dispuestos a pagar el peaje.
Durante los 20 años de auge de la industria, los consumidores compraron entre 25 y 30 millones de camas de agua, pero con la llegada de los 2000, las camas tradicionales volvieron a ganar la partida. Las marcas especializadas aseguraban fabricar colchones de látex cuya espuma podía brindarles la misma suavidad y menos olas.
Color mediterráneo
Es cierto que la gran mayoría de la población no las ha probado, pero circula la idea de que no son tan cómodas ni tan saludables. La espalda, lejos de relajarse, puede llegar a tensarse. Los adictos al agua encuentran otras formas de llevar este elemento a su dormitorio, por ejemplo incorporando una estética inspirada en alta mar: combinaciones en azul y blanco, la presencia de un estampado tan socorrido como las rayas... Elementos con los que resulta menos difícil naufragar.
Pero si te has quedado con ganas de probarlas, hay hoteles que las ofrecen, en una especie de reclamo erótico-festivo. Aunque hay que recordar que estas camas no están pensadas para dormir en pareja, puesto que las olas que provocan los movimientos de uno pueden afectar al otro y viceversa. Camas de agua, ¿sí o no? Parece que el tema sigue siendo un mar de dudas.