"No me siento atraído por la ángulo y la línea recta e inflexible creada por el hombre. Me atraen más las curvas sensuales que fluyen libremente. Las que encuentro en las montañas de mi país, en sus sinuosos ríos, en las olas del océano y en el cuerpo de la mujer amada. Las curvas forman el universo entero, el universo curvo de Einstein".
Con estas frases arrancaban las memorias del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (1907-2012), editadas por Phaidon en 2007 con motivo del centenario de su nacimiento. Todo un alegato de su talante vitalista, del carácter que impregna una obra colosal, de casi 500 proyectos construidos que enseñaron al mundo una nueva forma de entender la modernidad arquitectónica desde la periferia de los polos irradiantes de Europa y Norteamérica.
Desde Brasil, Niemeyer aportó un espíritu mucho más optimista, escultural y placentero de las formas construidas. Sus fuertes convicciones políticas de izquierdas, que arraigan su trabajo a unos honestos ideales sociales y urbanísticos, el amor por su gigantesca familia y sus numerosos amigos, la pasión por la vida, se reflejan en su legado, especialmente hondo en el devenir de la arquitectura latinoamericana.
Brasilia, la ciudad que creó en 1960 junto al arquitecto Lúcio Costa, el museo de Niterói en Río de Janeiro, las Naciones Unidas de Nueva York, realizadas junto con Le Corbusier, seguirán ahí para estimular nuevos trabajos a generaciones futuras.
Desde el noveno piso de su estudio en la avenida Atlántida de Río, el ventanal sigue abierto a un mundo de curvas. Las de la playa de Copacabana, las del océano y las nubes que alimentaron, para fortuna de todos, la imaginación de este genio inmortal.