El paisaje arquitectónico es una declaración de intenciones: de las personas que lo habitan y de los arquitectos que lo proyectan, pero es también la expresión de cambios sociales y económicos, de movimientos culturales y artísticos, de técnicas constructivas, de migraciones y emigraciones, de anhelos de vida y de como estos anhelos han ido evolucionando con el paso del tiempo y de las generaciones. El paisaje arquitectónico en el conjunto de una población es un libro abierto para quien tenga interés en leerlo.
Cualquiera puede hacer este ejercicio en su entorno, aunque este no contenga edificaciones monumentales y su pasado solo se remonte a cien años, como ocurre en la localidad que habito, La Floresta, a diez quilómetros de Barcelona, fundada en 1919. Un paseo por una de las calles de este barrio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona,) con la mirada atenta y un cierto espíritu detectivesco, permite entender el origen y la deriva de este lugar y de las gentes que lo habitaron y lo habitan.
La Floresta Pearson nació del anhelo de Cayetano Tarruell, un constructor barcelonés recién llegado de la Habana forrado de duros que quería proyectar una idílica ciudad jardín al otro lado del Tibidabo, basándose en algunos de los principios que el británico sir Ebenezer Howard detalló en su libro publicado en 1902 Ciudades Jardín del Mañana, en el que proponía diseñar zonas urbanas conectadas con el campo para una vida saludable y de trabajo. Aunque Cayetano Tarruell cambió el trabajo por el ocio. Lo cierto es que sueño no acabó cómo él pensaba, porque la dinámica histórica se carga los sueños individuales, pero la huella arquitectónica que dejó sigue siendo hoy en día motivo de orgullo local y forma parte de la identidad de este pequeño territorio.
La primera página de este interesante libro abierto, es la bucólica estación de tren de La Floresta, donde aprendemos que el ferrocarril fue el origen de “todo”: la arteria que permitió traer, en menos de treinta minutos, a los barceloneses desde sus casas de Gràcia, Sarrià o el Eixample a esta zona virgen, abrupta y boscosa, situada al otro lado del Tibidabo. El ingeniero y empresario estadounidense Frederick Stark Pearson fue el alma mater de la Compañía de los Ferrocarriles de Cataluña y les recomiendo que lean algo de su apasionante biografía y del legado que dejó en Barcelona. Como buen emprendedor, la obra de Pearson fue vista por el avispado Cayetano Tarruell como una oportunidad única para hacer realidad su propósito.
Tarruell tenía gran experiencia en el sector de la construcción, pues había construido casas modernistas y décó en la Habana Vieja y el Vedado, algunas en colaboración con Mario Rotllant i Folcarà, un arquitecto que llevó el modernismo catalán a Cuba y contribuyó a crear el rico (y ahora deteriorado) patrimonio arquitectónico de La Habana. Rotllant fundó el Taller de Fundición de Cemento, que fue uno de los principales proveedores de elementos arquitectónicos, principalmente molduras de yeso y de piedra artificial para los edificios de la ciudad. A esa actividad también se dedicó nuestro indiano en Cuba, reportándole ingentes beneficios. Tenía empeño, experiencia y fortuna.
Cuando tuvo claro que La Floresta sería el lugar idóneo de veraneo para una burguesía amante de la naturaleza y para él mismo, compró terrenos y edificó una serie de casas novecentistas en una zona aireada, soleada y con vistas. Las construyó una al lado de la otra, trazando por primera vez un eje, una avenida en este territorio silvestre, que en un futuro próximo llevaría su nombre y aún lo mantiene. Las casas han sido reformadas en su mayoría, una de ellas de forma ejemplar por el arquitecto Dani Freixes, y forman parte del catálogo de Bienes Culturales de Sant Cugat que las protege de posibles actuaciones insensibles con este legado.
Nuestro hombre era un hombre de su tiempo, viajado, asociado siempre con arquitectos, y con mucho dinero, así que entendió que la arquitectura novecentista, que retornaba al mundo mediterráneo, al clasicismo renacentista, con especial influencia de Filippo Brunelleschi, y con un sentido de las formas sobrio y depurado, le servía mejor que ningún otro para hacer realidad el modelo de ciudad jardín que deseaba. En 1932 dio un paso más en su proyecto y construyó el Gran Casino de la Floresta, un centro lúdico, también de estilo novecentista, para que la juventud disfrutara de bailes, obras de teatro amateur, cine al aire libre y veladas en un entorno idílico. Ahora, tras una reforma que no calificaría de ejemplar, se ha convertido en el Centro Cívico de la población. Era una construcción hecha para durar.
Si hasta entonces había confiado en el novecentismo, en 1934 se acercó a la arquitectura racionalista que comenzaba a despuntar en Europa y con la que también quiso experimentar. Tarruell construyó en ese año, en la misma avenida, dos casas racionalistas firmadas por Josep Maria Aixelà, que trajeron el funcionalismo a esta colonia de veraneantes. En 1930 se había fundado en Zaragoza el grupo GATEPAC (siglas de Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporáneas) cuya sección catalana, GATCPAC, que pretendía modernizar el panorama arquitectónico en consonancia con las corrientes vanguardistas europeas, especialmente la arquitectura racionalista, y que prosiguió su labor hasta el final de la Guerra Civil Española. La dictadura franquista acabó con este movimiento y sus ansias de modernidad. También el paisaje arquitectónico de la Floresta se resintió.
Hemos empezado el recorrido por esta vía admirando casas neoclásicas con columnas dóricas y balaustradas y nos hemos encontrado con la sorpresa de la presencia de dos casas que presentan volúmenes lisos y planos, sin ninguna ornamentación, construidos con hierro, vidrio y cemento. Más adelante encontramos viviendas cuya arquitectura no tiene nada de destacable, en consonancia con los tiempos que las alumbraron. Pero seguimos caminando y encontramos tres casas construidas en pleno siglo XXI que llaman la atención: son fruto de buenos proyectos arquitectónicos contemporáneos (que por cierto han sido publicadas en nuestra revista de papel) y que nos hablan del resurgir de la arquitectura en esta localidad donde cada vez más se construyen casas pasivas de madera, consecuencia de la preocupación de las nuevas generaciones por el medio ambiente.
Este corto paseo avala la idea de que la huella arquitectónica nos permite leer los lugares como si fueran tratados de historia, de economía, de sociología e incluso de psicología. La arquitectura habla, cuenta historias, explica el mundo que han creado los humanos con el paso del tiempo. Desde aquí les animo a escoger una calle cualquiera y a mirarla como una página de un libro de no ficción pero que permite muchas interpretaciones.