Sus piezas son simples, pero de un efectismo teatral. Por algo el diseñador Lee Broom dice que es "un minimalista de corazón con tendencia al maximalismo". La presentación anual en Milán de sus lámparas, su gran especialidad, conlleva asegurado un buen espectáculo: un carrusel, una furgoneta ambulante o, este año, la réplica de una iglesia. Lo aprendió seguramente de su infancia como actor en la Royal Shakespeare Company y lo desarrolló exponencialmente trabajando para la gran dama del punk, Vivienne Westwood, y estudiando moda en la Central Saint Martins de Londres, fábrica de genios sin freno creativo.

Hace justo quince años, en 2007, Broom cambió las pasarelas por los talleres y se lanzó a diseñar, y, aún más impresionante y raro, autoproducir sus creaciones, un lío en el que pocos se meten (como su compatriota Tom Dixon), que exige ser empresario a la vez que artista. "Siempre he diseñado de forma emocional desde mi época en la moda. Es visceral, pero equilibrado, con un enfoque en la materialidad, la forma y la función. La idea es casi diseñar y evolucionar lo que ya existe para dar con algo nuevo e inesperado", explica el británico.

 

Aunque Lee no esconda su admiración por el art déco, la Bauhaus, el posmodernismo y los años setenta tardíos, sus sillas, candelabros y luminarias no tienen un regusto del pasado; todo lo contrario, respiran una modernidad de emociones contenidas (que no asépticas), con muchas papeletas para convertirse en nuevos clásicos. Es también un perfecccionista. Se ve en las formas y la manufactura impecable de sus productos y en la cuidada imagen (incluida la suya propia) y escenografía con la que los arropa. Con showrooms en Londres y Nueva York (su propio ático) y un considerable catálogo a sus espaldas, el libro Fashioning Design (Rizzoli) que sale a la venta este noviembre resume el hacer de este creativo que, sin gritar, se deja oír.