Al ritmo actual de récord de temperaturas anuales en todo el mundo, a lo mejor lo inteligente es invertir reservando una parcela en la Antártida de cara a la jubilación. Aunque de momento sigue siendo el continente helado, y el que viaja hasta ahí es para alucinar con su paisaje blanco de mil matices y las concurridas colonias de pingüinos. El componente de aventura no se ha perdido, si bien aumentan las comodidades en consonancia con el incremento exponencial del turismo (con presencia significativa de grupos de la tercera edad a los que solo les falta este rincón del planeta en su colección particular de viajes).
Prueba de esta tendencia es la apertura del primer hotel de lujo en esas tierras, llamado White Desert para que no haya equívocos. Se trata en realidad de un campamento levantado hace diez años en la Tierra de la Reina Maud reacondicionado para huéspedes selectos con ganas de aventura, pues la estancia incluye kite-skiing (como el kitesurf pero con esquís), la escalada en hielo y el vuelo hasta el Polo Sur. Consta de seis cabinas de fibra de vidrio con forma de cúpula, a modo de iglú, debidamente reforzadas tras una tempestad que dejó el lugar hecho una pena (descuiden, fue antes de esta transformación en establecimiento cinco estrellas).
La exclusividad se demuestra en los detalles y aquí viene dada por el mobiliario, con sillas de Saarinen, y la marca Lost Explorer de David de Rothschild para las amenities del cuarto de baño. La cabinas del comedor, el salón y la biblioteca también han sufrido una oportuna mejora con tapicerías –rojas, azules, de cuero– raras de ver en un lugar tan inhóspito como este, muy lejos aún de convertirse en una nueva Florida. Se presume de "impacto cero", pues el campamento está fijado al terreno con anclajes de quita y pon que permitirían desmontarlo en muy poco tiempo.