El interés por los procesos artesanales ha crecido en los últimos años de manera exponencial. Hoy proliferan asociaciones, fundaciones, exposiciones, premios, etcétera, que apoyan la producción artesanal de calidad, el trabajo manual en el que la excelencia es la clave; una labor en la que el homo faber (el hombre que hace o fabrica) vuelve a estar en el centro de la producción adquiriendo una importancia extrema en el modo en que, como sociedad, valoramos nuestros objetos. Parece que finalmente, tras años de cierto desprestigio y arrinconamiento debido al furor por una industrialización desmesurada, propiciada por las modernas tecnologías y sustentada en materiales con frecuencia "innobles" y de baja calidad, se ha comprendido la importancia que tiene no solo preservar la actividad artesanal, una expresión cultural que nos conecta con nuestra historia, sino también el valor que aporta a los objetosen términos de humanidad, emoción y diversidad.
A pesar de que todavía hay quien piensa que la misión del diseño es un asunto de "maquillaje", que consiste en adornar un objeto para hacerlo más llamativo, extraño u original, el interés de los diseñadores por los modos de hacer del artesano muestra que esa relación está lejos de ser una cuestión banal y que es fructífera para ambas partes. Es importante saber que gracias a la visión personal, pensamiento y método de un diseñador, enfrentados tanto a un material como a un producto o a una actividad concreta, se llega a soluciones ingeniosas, muchas veces insospechadas, que aportan un fresco punto de vista a prácticas que en muchas ocasiones son ancestrales. El diseño contemporáneo aliado conprocesos artesanales tradicionales contribuye a reinventar, revitalizar y poner en el mercado productos de un modo en que su identidad, su historia e, incluso, sus debilidades, se han convertido en su mejor potencial. La estrategia del diseñador es potenciar, con inteligencia y sensibilidad, el sabio uso de los elementos que ofrece el artesano de una manera creativa y sorprendente, con frecuencia llevando esa destreza artesanal hasta límites inesperados. El artesano exhibe una profunda conexión entrela mano y la cabeza; lo da seguramente la lentitud del trabajo, el alargado tiempo para la reflexión. El diseñador debe tener la capacidad de ponerse en esos zapatos con humildad, con apertura de mente, con la flexibilidad necesaria para entender los procesos y encontrar el equilibrio entre el respeto a la tradición y el hueco en el que es posible la innovación.
Son incontables los ejemplos en que esta unión ha sido un éxito. Recordemos el trabajo de Hella Jongerius con la tribu Shipibo de Perú. La diseñadora, conocida por su interés en los procesos artesanales, pasó tiempo aprendiendo el proceso por el que elaboraban la cerámica negra característica de la zona, y añadiéndole algunos elementos esculturales y unos detalles hechos con cuentas de cristal consiguió una colección contemporánea que se empezó a vender en el MoMA de Nueva York. Otra diseñadora que siempre ha tenido interés en los procesos artesanales es Patricia Urquiola, quien, por ejemplo, pasó un tiempo en Filipinas con los artesanos con los que produjo la serie de asientosCrinoline para la firma B&B Italia tras comprender su método de trabajo e introducir ciertas modificaciones que le añadían interés. Lo mismo ocurre con los hermanos Campana y muchos de los proyectos que han realizado tanto en Brasil como en otros países como Vietnam, donde trabajaron en una pieza llamada Transneomatic con artesanos especialistas en el mimbre que asociaron a ruedas de bicicleta recicladas para hacer unos centros de mesa muy peculiares. El trabajo de Martín Azúa ha sido siempre pionero en el interés por los artesanos; lo demuestran muchos de sus proyectos, como por ejemplolos asientos Sit Up, realizados con un material poco valorado como el esparto que les dan una vida completamente nueva. Lo mismo que Álvaro Catalán de Ocón, cuyo trabajo es especialmente conocido por el proyecto Pet Lamps, en el que comunidades rurales de Sudamérica y África con tradición artesana realizan las lámparas a base de botellas de plástico desechadas tejidas con palma tetera o algodón y lana.
Quizás el mayor atractivo que ejerce el trabajo artesanalestá relacionado con un cambio de paradigma por el que los consumidores por fin hemos entendido que es posible asumir las imperfecciones como belleza, como parte de lo que somos como humanos. Ya decía Voltaire que la búsqueda de la perfección puede llevar al ser humano a la amargura antes que al progreso... No solo las imperfecciones nos hacen más interesantes, sino que también son lo que nos diferencia, lo que nos hace únicos. Del mismo modo, los objetos realizados de manera artesanal responden mejor a un ideal de sociedad que ansía huir de lo homogéneo, de la estandarización. A la búsqueda de nuestra identidad individual es natural que queramos rodearnos de objetos afines que nos ayudan a expresar quiénes somos.
Tanto interés tiene este poder del trabajo manual, que ya en los años setenta el arquitecto y diseñador Gaetano Pesce empezó a hablar del malfatto, es decir, el interés en las cosas mal hechas, imperfectas. En su línea de trabajo abanderando la imperfección, Pesce buscó maneras de trabajar en la industria de un modo en que el error fuera posible y celebrado, que se diera cabida a la diversidad en el contexto de la producción industrial. Empezó experimentando en Cassina, con una silla como la Dalila, hecha de un modo en que los operarios podían darle la forma final que quisieran, y a lo largo de su carrera ha seguido haciendo proyectos con esa idea en mente. Han pasado muchos años desde entonces, y esa idea ha calado ya en muchos diseñadores que en los últimos años han hecho muchas propuestas de ese tipo: Luca Nichetto y su lámpara Alphabeta para Hem, los jarrones Combinatory de los Bouroullec, François Azambourg y su jarrón Douglas, Atelier NL y su proyecto Zand Glass, el lavabo Introverso de Paolo Ulian para Antonio Lupi o la colección de Piet Hein Eek para IKEA son algunos ejemplo de una tendencia que crece según aumenta el interés del consumidor pordiferenciarse.