No se asusten, que ser NIMBY no tiene connotaciones peyorativas, al menos, no en la mayoría de los casos. Lo cierto es que no hay nada de malo en que la gente intente luchar contra el sistema, si con ello evita que se perpetren desastres ecológicos o urbanísticos cerca de su casa que puedan tener efectos negativos sobre su propiedad o sobre el barrio. Rebelarse contra la construcción de un rascacielos, la destrucción de una plaza o un parque o hacer todo lo posible porque las regulaciones urbanas (en materia urbanística, ecológica o acústica) se cumplan podrían considerarse causas NIMBY. Y todas albergan intenciones nobles detrás que van más allá del interés personal.
También hay NIMBYS radicales: de esos que no quieren tener un centro social cerca o una planta de reciclaje a menos de 10 kilómetros de su casa. Les pongo un ejemplo reciente y cercano. Tras una remodelación del plan inicial, la Comunidad de Madrid anunciaba hace unos días, sin haber realizado ninguna consulta pública, que para instalar una nueva parada de metro en Arganzuela, habría que sacrificar 1.027 árboles del parque de Madrid Río. Lo que en un principio albergaba nobles intenciones, o eso dicen, (alejar las obras de las calles para causar un menor trastorno a los vecinos), ha despertado la ira de los vecinos, que ven con impotencia, cómo se destruye alegremente aquello que más se debe proteger en una ciudad, parte de patrimonio: sus árboles. ¿Están los vecinos a favor de una parada de metro en su barrio que mejore las comunicaciones de la zona? Por supuesto. ¿Quieren esta mejora en la red de transportes a cualquier precio? De ninguna manera.
Como estamos en el país de Gómez de la Serna y de Quevedo, no podía faltar quien acuñara un término similar al NIMBY. España, el país del entusiasmo, pero también de la queja, se une a la fiesta NIMBY con el acrónimo SPAN, que significa "Sí, Pero Aquí No". Si se fijan, la diferencia entre uno y otro está en la rotundidad de la negación, que va desde el "ni de coña" al "vale, pero no todo vale". Cuando hablamos de obras que pueden durar meses o incluso años, de la irreversible tala de árboles o de la construcción de un rascacielos que nos deje la casa sumida en la sombra y sin vistas, los matices son importantes.
Los arquitectos, en el punto de mira
Las regulaciones sobre contaminación acústica, el mantenimiento de zonas verdes o la destrucción del tejido local con la invasión de los apartamentos turísticos son algunas de las cuestiones que preocupan a los NIMBYS, pero no son las únicas. La planificación urbana, que casi siempre va acompañada de edificios de nueva construcción, también preocupa a este colectivo.
Algunas de las polémicas más sonadas de la arquitectura nacieron del recelo NIMBY hacia la construcción de edificios que, por muy vistosos que sean o por mucha fama que tenga el arquitecto que lo haya diseñado, no acaban de convencer a los vecinos. Si el vecino en cuestión se llama Carlos de Inglaterra, y se opone por sistema a cualquier edificio que se construya en la City, uno puede acabar teniendo un problema complicado de resolver, aunque se llame Norman y se apellide Foster.
Frank Gehry tuvo que enfrentarse a las protestas de los vecinos que no querían tener que ver desde sus casas con vistas al río Moldava un "edificio borracho", como fue bautizada la Casa Danzante en Praga. Hasta el presidente de la República Checa tuvo que pronunciarse al respecto y defender el proyecto. Ahora su extraña presencia en un barrio plagado de edificios barrocos, góticos y de estilo art nouveau ya no es una amenaza para la conservadora vista de los vecinos. Solo han tardado 20 años en acostumbrarse.
El debate está abierto y más candente que nunca. Por un lado, el papel de la arquitectura en el ámbito público, por otro, las responsabilidades individuales de los arquitectos. La arquitectura no es un actor pasivo del espacio en las ciudades, y es necesario que se integre en su contexto, en su ubicación. Parémonos a pensar en la importancia de la cuestión: el diseño de edificios y de los espacios que los rodean pueden facilitar el pensamiento y la acción, e incluso el ejercicio de la democracia a pequeña o gran escala. Concreto un poco más esta idea sin plazas, sin espacios comunes, los ciudadanos no tendrían espacios donde poder relajarse, reunirse o congregarse para hacerse oír, llegado el caso. Ya a finales del s. XIX el teórico sobre el urbanismo Patrick Geddes tenía la creencia de que el progreso social y la forma espacial de las ciudades están íntimamente relacionados. Poder opinar, elegir o decidir cómo queremos que sean nuestras ciudades es un ejercicio individual, pero también colectivo. Es un derecho, un privilegio y sí, también un incordio en la mayoría de ocasiones, sobre todo cuando toca alzar la voz.
¿Los NIMBY, defensores de lo público o de lo privado? El caso de las "horrotondas"
La ira justiciera de los NIMBYS o de los SPAN a veces está más que justificada. Imagínense que su casa tiene vistas a una plaza. Ahora, imagínense que de la noche a la mañana, la plaza desaparece, les ponen una rotonda debajo del balcón y a continuación, les plantan una escultura rotondera de dudoso gusto, que además ha costado un dineral al contribuyente. ¿No creen que, aún sin quererlo se convertirían en un SPAN? Nadie, absolutamente nadie, está a salvo de que le pongan una “horrotonda” en la puerta de casa (un nuevo juego de palabras, la unión perfecta de las palabras horrible y rotonda).
A pesar de la mala fama de los arquitectos, lo cierto es que las rotondas (con su correspondiente obra de arte público en el centro) quizá sean un caso digno de estudio, ya que representan todo lo que está mal en el desarrollo urbano: suelen acarrear consigo especulación, gasto innecesario y una asombrosa capacidad para hacer inhabitables los espacios. Ahora bien, los vecinos que protestan contra estos atropellos estéticos, ¿lo hacen movidos por el bien común o por el interés personal? ¿Qué pesa más a la hora de convertirse en un NIMBY, la degradación de tu entorno o que tu propiedad se vea devaluada por las cuestionables decisiones de responsables políticos?
La conversión del NIMBY al BIMBY
La ética ciudadana no tiene por qué estar supeditada a la belleza, pero estarán de acuerdo en que la estética puede ser determinante para tomar algunas decisiones que afectan a nuestra vida. No nos referimos solo a la vida de puertas adentro (esta es una revista sobre arquitectura y diseño) sino a cómo un buen planteamiento estético urbano o arquitectónico puede ser de gran ayuda para la conversión de NIMBY a BIMBY (Beauty In My BackYard). La creación del parque de la High Line de Nueva York cambió por completo el entorno colindante a las antiguas vías del tren,revalorizando las casas. Y los vecinos, más que contentos con el cambio. El bosque vertical de Boeri, que tuvo tantos detractores, ahora nutre periódicamente de árboles el parque donde están situados, que disfrutan también los vecinos de otros bloques colindantes. Son buenos ejemplos de cómo pasar de la reticencia al cambio a la gratitud ¿no creen? Quien no llora no mama, o en este caso, no vive. Vivir bien, claro.