Desde hace más de dos décadas miles de personas viajan a finales de mes de agosto hasta el desierto de Nevada, al oeste de Estados Unidos, para participar en el festival Burning Man. El evento cada vez más popular invierte en crear espectaculares construcciones en madera que se queman los últimos días de celebración.
La primeras imágenes del escenario para la edición de 2018 acaban de ver la luz. El diseño se ha denominado Galaxia y es un homenaje a lo desconocido, los planetas, las estrellas, los agujeros negros y la conexión de los seres vivos con estas entidades. Por eso, sus 20 armazones de madera convergen en una espiral que crece hacia el cielo como queriendo establecer una conexión con el universo.
Desde el suelo las estructuras triangulares se abren formando diversos caminos, a medida que se avanza hacia el interior las costillas de madera se estrechan y se elevan hasta que el visitante se encuentran en el centro de la construcción donde se ha colocado un gran mándala impreso en 3D. A los pies de la espiral se forman pequeños nichos pensados para que los asistentes al festival puedan sentarse a meditar o escribir en paz.
El autor del proyecto en el arquitecto francés Arthur Mamou-Mani cuyo trabajo está enfocado al diseño y fabricación digital. Algunos de sus proyectos más destacados son el Jardín Mágico de Karen Miller o el 3D Pop Up Studio en Shanghai, uno de los primeros pabellones completamente impresos en 3D.
Ideado por un grupo de amigos para celebrar el solsticio de verano en una playa de San Francisco, la popularidad del festival y la construcción de estructuras cada vez mayores obligó a trasladarlo hace unos años a trasladarlo hasta su ubicación actual, en el desierto. El inhóspito lugar se convierte en una ciudad durante los días del festival con sus propias normas, sin electricidad y sin intercambios económicos.
En los últimos años muchas voces se han alzado en contra del papel que está adquiriendo el evento. El espíritu inicial del festival que reivindicaba la contracultura y las diferentes formas de expresión artística ha ido quedándose en un segundo plano para convertirse en una celebración elitista (las entradas rondan los 400 dólares) donde adquiere más protagonismo la excentricidad de los asistentes.