El cine nos ha enseñado a mirar. Mejor dicho: el cine, a lo largo de poco más de un siglo, ha ofrecido múltiples vías (procedimientos, géneros, estilos) que enseñan a seguir flujos de imágenes donde se asocian elementos dispares: escalas, ángulos, presencias visibles o intuidas en fuera de campo, frases chispeantes y silencios hoscos, un cenicero de marfil en primer plano y un fondo tenebroso. El cine nos ha enseñado, también, a mirar arquitectura, un arte también complejo y total. Se ha escrito mucho sobre la presencia de la arquitectura en clásicos indiscutibles de la historia del cine, como Fritz Lang, Orson Wells, Jacques Tati. La cámara recorre el espacio, desarrolla secuencias de imágenes generadoras de desplazamiento: he ahí el primer nexo con la arquitectura. La creación de un lenguaje visual en secuencias espaciales, donde –por lo demás- transcurre el tiempo y acontecen historias de muy diversa índole. A veces, esas historias son, digamos, auto-reflexivas: hablan del propio espacio habitado. De una casa de familia. De una ciudad.
De la lista de clásicos mencionadas, elijo al cineasta francés Jacques Tati, autor de Mi tío y Playtime, dos obras maestras de éxito desigual: la primera ganó un Oscar; la segunda no llenó muchas salas en su época pero la crítica no ha dejado de señalar su carácter anticipatorio, respecto del devenir de las metrópolis agobiadas por el turismo. Pero hay un equívoco, en el caso de Jacques Tati (un director ubicado en el género de humor, aunque en sus últimos filmes lo trascienda), en cuanto al modo en que se ha interpretado su visión de la arquitectura. ¿Se burla Tati de la arquitectura moderna, en Mi tío y en Playtime? En todo caso, no se “burla”: el peculiar humor de Tati (sus extraños gags) proviene del estado de desconcierto que su personaje, Monsieur Hulot, expresa a través de contorsiones que simulan torpeza y a la vez sincronizan (o se desajustan) con la geometría escenográfica. Levantada en las afueras de París bajo la dirección del arquitecto Jacques Lagrange, la escenografía de Playtime es casi una ciudad: edificios, calles, semáforos, letreros luminosos y hasta una central eléctrica, que exigieron el uso de cincuenta mil metros cúbicos de hormigón, cuatro mil metros cuadrados de plástico y más de mil metros cuadrados de cristal. El homenaje a la arquitectura moderna, la compenetración con sus volúmenes y superficies está en el lenguaje de la cámara. Bloques de hormigón bajo una luz verde azulada, interiores con paredes de cristal donde se entremezclan sus propios reflejos y los de la calle, y de los suelos encerados y de los coches y autobuses que pasan. Con los recursos del cine expresa la modernidad, la abstracción, la geometrización de la arquitectura de su época. “La sátira no se hace sobre los edificios sino sobre su uso. Quizá la gente se siente aplastada allí porque no sabe observar”, dijo en una entrevista.
En Mi tío, película anterior a la definitiva abstracción de Playtime, juega el contraste entre el barrio tradicional donde vive Monsieur Hulot y una casa que es compendio de belleza racionalista y, a la vez, fuente de gags a costa de la impostación de sus ricos y vanidosos usuarios, hermana y cuñado del señor Hulot. El señor Hulot (interpretado, desde luego, por él mismo) aparece en cada película, en cada etapa de la evolución del cine de Tati, como un actor de vodevil alto y desgarbado que sabe bailar pero simula que no, para que nos riamos. El humor (la sonrisa, en este caso) construye la distancia que la mirada necesita. El humor, entre el homenaje estético y la crítica social.