"Al despertar, lo primero que percibimos es el tacto de nuestras sábanas, la luz con la que nos envuelve la lámpara que encendemos, la forma y el color de la vajilla del desayuno... Desde ese momento y hasta terminar el día, nuestro cuerpo se habrá topado y desenvuelto con una infinidad de objetos diversos, cosas modestas, comunes y ordinarias que usamos todo el tiempo sin prestarles apenas atención. Pero los objetos son también unos compañeros constantes en nuestra vida y, como tales, deben hacerse con cuidado y fabricarse para que duren. Deben ser tratados con respeto e, incluso, afecto. Y deben aunar perfectamente belleza y utilidad". Eso escribía en 1933 Soetsu Yanagi, filósofo y crítico de arte en su ensayo La belleza del objeto cotidiano. Añádanle la palabra artesanía o vernacular y ya tenemos uno de los santos griales del discurso creativo de hoy. Tras siglos rizando el rizo de la complicación, pues ese parecía ser el rasero del refinamiento (acuérdense del Rococó o de nuestro españolísimo estilo Remordimiento, en el que los muebles mostraban un sarpudillo de tallas decorativas), se empezaron a alzar voces como la de Yanagi animando a redescubrir la belleza de las cosas sencillas y cotidianas.
Japón fue una influencia confesa para los creadores del Movimiento Moderno de mediados del siglo XX, como Charlotte Perriand, cuya visión cambió tras una estancia en el país de cuatro meses en los años cuarenta. "Descubrí el vacío, el poder del vacío, la religión del vacío, que no es la nada. Para ellos representa la posibilidad de movimiento. El vacío lo contiene todo", explicaba en una entrevista televisiva en 1997. Y también para todo el movimiento minimalista que del arte se propagó e impregnó desde los años setenta la moda, el diseño y la arquitectura (de Helmut Lang a Naoto Fukasawa o John Pawson). La historia nos ha enseñado que todo es cíclico, y en el siglo XXI se vuelve a retomar esta búsqueda de la austeridad estética. Llámese reduccionismo, esencialismo, minimalismo o búsqueda de normalidad formal (supernormal, así llaman Jasper Morrison y Fukasawa a una ideología subyacente en el diseño), hoy en día se tiende a la bella simplicidad, en arquitectura, diseño y decoración.
Gesto mínimo
Hablando de la primera disciplina, resulta llamativo que ni John Pawson ni Vincent Van Duysen, apóstoles de la pureza, se identifiquen con el minimalismo, aunque sí con la desnudez. El arquitecto belga prefiere hablar de pureza, y es que las cosas han cambiado desde los setenta: sencillez no es sinónimo de frialdad o despojamiento. "No me gustan los interiores minimalistas y sobrios. Creo que mi trabajo va fuertemente en contra de los clichés sin alma del minimalismo, un movimiento de las artes visuales que se manifestó por primera vez en Estados Unidos a partir de los años sesenta. Mi atención se dirige a la pureza de la estética, deshaciendo el desorden y llegando al núcleo. Quiero alma", afirma. El proyectista español Iker Ochotorena, líder del estudio OOAA y autor de proyectos caracterizados por un reduccionismo estético, coincide: "Me siento más identificado con la palabra desnudez que con minimalismo. Creo que alude mejor al vacío. No entiendo la arquitectura como un ejercicio de contención, sino más bien todo lo contrario. Ponemos el vacío en valor, por lo tanto, para mí está lleno. ¿De qué? De vacío, es decir, de expresión".
Conseguir que este vacío sea elocuente no es sencillo, valga la redundancia. Homenajeando a Le Corbusier, menos cuesta más. "La simplicidad es, paradójicamente, muy complicada de conseguir. Hay una cita que me encanta de Blaise Pascal en la que se disculpa por la longitud de una carta determinada, diciendo que es tan larga porque no ha tenido tiempo de hacerla más corta. Mi trabajo consiste en tomarse el tiempo necesario para acortar. Si puedes llegar al punto de la simplicidad absoluta y la pureza de la función, siempre será hermoso", nos explica John Pawson. "Siempre empezamos queriendo añadir demasiadas capas y luego miramos hacia atrás y eliminamos las capas extra porque nos damos cuenta de que nos estamos pasando. Percibimos lo que es puro y verdaderamente relevante en cada creación asegurándonos de que las proporciones, el uso del material y las líneas están bien equilibrados. En palabras sencillas, es un ejercicio para deshacerse del exceso", especifica Van Duysen cuando le preguntamos sobre el proceso de trabajo que se lleva a cabo en su estudio.
Vida sencilla
Puede que no sea fácil, pero es gratificante y, sobre todo, ni él ni Pawson ni Ochotorena podrían hacerlo de otra manera; en el caso de los tres es una filosofía de vida. La casa monacal del inglés en Londres es un manifiesto de su práctica: simplicidad, pureza de materiales y parquedad decorativa, solo lo justo e imprescindible, como un moderno asceta. Vive así por convicción profunda, al igual que el belga: "Soy un hombre devoto de la pureza y la esencia. Mi filosofía y estilo de vida se basan en renunciar a los excesos y llegar a la esencia de las cosas. Eso se nota en mi ropa, en mi comida, en mis casas. Busco el equilibrio interior, la paz interior". "Si, como me sucede a mí, estás en la frecuencia de lo sencillo para encontrar calma visual, vivir así es más placentero", afirma Ochotorena.
En el campo del diseño, el mejor indicador de esta querencia de simplicidad es el auge de la escuela escandinava y su modo de entender la creación, siempre simple, sensata y tan bella como eficiente, que ha impregnado la manera de hacer en otros países. Un paso más allá ha ido siempre una de nuestras glorias nacionales, Miguel Milá, pues su enfoque siempre ha sido más pragmático, de resolver problemas. "A mí no me interesan las estridencias; me abruman. Lo que yo busco es suavizar las formas: alejarme de dogmatismos, simplificar, limpiar", dice en su libro Lo esencial, el diseño y otras cosas de la vida (Ed. Lumen) donde también afirma que el propósito de su vida profesional siempre ha sido "ser discretamente útil". Para él lo primero fue resolver, y la belleza tardó en llegar. "Aun cuando me parece que siempre he sido de la misma manera, tardé bastante en reconocer la importancia de la estética. Esta realización ha venido lentamente, con los años".
De nuevo, y como en el caso de la arquitectura, simplificar no significa asepsia: "No sería capaz de diseñar nada que no me haya emocionado a mí primero. Si no consigo esto, creo que no funcionará". Aunque sin duda el discurso más interesante y mejor construido en torno al tema es el de la supernormalidad, un término acuñado por los diseñadores Naoto Fukasawa y Jasper Morrison. "Fue durante el Salón del Mueble 2006 de Milán. Me había dado cuenta de que ciertos objetos funcionaban mejor que otros y que la mayoría eran de diseño anónimo. Admiré un taburete que Naoto Fukasawa había hecho para Magis y que tenía lo que yo reconocía como los ingredientes adecuados: era discreto, pero tenía una presencia atmosférica potente. Empezamos a hablar de él como un contrapeso a todas las cosas excesivamente diseñadas que se exhibían. Después nos reunimos de nuevo en Tokio y empezamos a hablar de organizar una exposición para explorar nuestra conciencia de un enfoque más útil para el diseño de cosas, y en junio ya teníamos la muestra instalada en la Galería Axis de Tokio. Más tarde la expusimos en Milán, Nueva York y Londres", recuerda Morrison. Un objeto supernormal es aquel de una funcionalidad inmejorable, que trasciende en el tiempo inmerso en nuestra cotidianeidad de manera casi imperceptible y cuya estética es agradable y familiar. "El propósito de supernormal fue enseñar al mundo otra manera de pensar en lo que hace que un objeto sea bueno". Simplicidad, normalidad, utilidad, atemporalidad, valores sensatos y sensibles a reivindicar y tan raros de encontrar, pero tan procedentes hoy.