Sobre las ruinas de una casa de la nobleza, el estudio portugués Prod –compuesto por Paulo Carvalho y Susana Correia– ha levantado un hotel, en el norte de Portugal, lleno de encanto gracias a la precisión con la que empleó elementos del pasado y del presente. La sabía mezcla de ambos fluye con naturalidad para no romper la relajada atmósfera de la finca, que conserva el nombre de Paço de Vitorino, cuyos jardines han recuperado su viejo esplendor con una delineación más contemporánea.
El palacio del siglo XVIII, de tres plantas, se ha dejado, en apariencia, casi sin tocar. En sus seis dormitorios impera el casticismo en versión portuguesa; con todo, mucho más acogedor. Una nueva ala, que surge de la reconversión de los establos y de un hangar, incorpora otras nueve habitaciones donde se respiran tiempos más modernos. Aprovechando su altura, detrás de las camas se instalaron grandes módulos de madera donde se esconden los cuartos de baño –bañados en mármol– y los armarios.
El conjunto arquitectónico se completa con una pequeña capilla en la entrada. En el centro queda un gran patio. Al del interior de la casa le cruza por encima un pasillo de madera en celosía para conectar las habitaciones con el restaurante y las zonas comunes. Una ingeniosa solución que se integra de maravilla en la adusta arquitectura del pazo aun cuando describe una curva para facilitar la conexión de los espacios. Otro puente, esta vez de acero y vidrio, lleva hasta la piscina y los jardines barrocos. El contraste con el granito y las fachadas encaladas resulta mucho más fuerte pero se sigue sin romper la armonía arquitectónica.
Tampoco faltó el ingenio al cubrir la cocina con un techo abovedado que se para junto a la chimenea para que la luz natural ilumine la estancia, una de las reformas de todo el pazo con más encanto. Las paredes están pintadas de color crema y el mobiliario y las encimeras combinan madera y acero. A la vista quedan los juegos de cacerolas de bronce y la antigua vajilla de porcelana.